lunes, 30 de julio de 2007

El automóvil, cuerpo comprable, se mueve en el lugar del cuerpo humano, que se queda quieto y engorda; y el cuerpo mecánico tiene más derechos que el de carne y hueso.

Con las máquinas ocurre lo que suele ocurrir con los dioses: nacen al servicio de la gente, mágicos conjuros contra el miedo y la soledad, y terminan poniendo a la gente a su servicio. La religión del automóvil, con su Vaticano en los Estados Unidos, tiene al mundo de rodillas: su difusión produce catástrofes; las copias multiplican hasta el delirio los defectos del original.

Nunca tantos han sufrido por tan pocos. El transporte público desastrozo y la ausencia de carriles para bicicletas hacen poco menos que obligatorio el uso del automóvil privado, pero, ¿cuántos pueden darse el lujo? Los latinoamericanos que no tienen coche propio ni podrán comprarlo nunca, viven acorralados por el tráfico y ahogados por el smog. Las aceras se reducen o desaparecen, las distancias crecen, hay cada vez más autos que cruzan y menos personas que se encuentran. Los autobuses no sólo son escasos: para peor, en la mayoría de nuestras ciudades, el transporte público corre por cuenta de unos destartalados cachivaches, que echan mortales humaredas por los caños de escape y multiplican la contaminación en lugar de aliviarla.


Fragmentos de "Patas Arriba" de Eduardo Galeano.





Harto de depender del puto auto para todo, harto de torturame por no manejar. Harto de que me traiga problemas querer manejar, harto de estar mal por una máquina de mierda. Gracias por tanto Galeano.

domingo, 22 de julio de 2007

¿Eso? eso es el....

Cuento de Fontanarrosa narrado por Alejandro Apo en "Todo con afecto", programa que yo escuchaba cuando era más chico, los sábados a la tarde. Excelente el cuento y la forma de narrarlo.




jueves, 19 de julio de 2007


miércoles, 11 de julio de 2007

Colombina

Esta es una de las canciones más lindas que escuché en mi vida. La primera vez habrá sido allá por el 94 (o quizás por el 96) en un casette, matando tardes en La Pedrera. Con el paso del tiempo fui escuchándola una y otra vez en distintas circunstancias y cada vez me gusta un poco más.

En el tumulto de los husares de Momo,
encandilado por las luces de otro barrio,
aquél murguista saludando con su gorro,
se despedía, como siempre, del tablado.


Entre la nube de pintados chiquilines,
vio la sonrisa que enviaba una princesa,
entre los rostros de mezclados colorines,
dudó si era para él la Gentileza.


Y por si acaso dedicó una reverencia
a la muchacha que en la noche se quedaba.
En el momento de partir la bañadera,
volando un beso se posaba en su ventana.


Y paso a paso la ansiedad lo mal hería,
quedaba poco del nocturno itinerario,
uno tras otro los cuplés se sucedían,
se retiraban del último escenario.


Tiró el disfraz en el respaldo del asiento,
borró los restos de pintura con su mano.
Volando un "tacho" lo llevaba contra el viento,
la vio justito a la salida del tablado.


-"¿Cómo te va?", dijo el murguista a la muchacha
que lo cortó con su mirada indiferente,
le dijo: -"bien", y lo dejó como si nada.
Nuevamente la princesa se perdía entre la gente.


Que no se apague nunca el eco de los bombos,
que no se lleven los muñecos del tablado.
Quiero vivir en el reinado de dios Momo,
quiero ser húsar de su ejército endiablado.
 
Que no se apaguen las bombitas amarillas,
que no se vayan nunca más las retiradas.
Quiero cantarle una canción a Colombina,
quiero llevarme su sonrisa dibujada.


"Colombina" - Jaime Roos

jueves, 5 de julio de 2007

Justicia




En 1997, un automóvil de chapa oficial venía circulando a velocidad normal por una avenida de San Pablo. En el automóvil, nuevo, caro, viajaban tres hombres. En un cruce, los paró un policía. El policía los hizo bajar y durante cerca de una hora los tuvo manos arriba, y de espaldas, mientras les preguntaba una y otra vez donde habían robado ese automóvil.

Los tres hombres eran negros. Uno de ellos, Edivaldo Brito, era el Secretario de Justicia del gobierno de San Pablo. Los otros dos eran funcionarios de la Secretaría. Para Brito, esto no tenía nada de nuevo. En menos de un año, le había ocurrido cinco veces.

El policía que los había detenido era, también, negro.

Fragmento de: "Patas arriba. La escuela del mundo al revés".
Eduardo Galeano